domingo, 14 de octubre de 2012

Dolor y Diálogo

DIALOGO DE DOLOR

 

No era hoy tu corazón   
retozando en notas de amor 
¿fue ayer acaso florida pasión?   
¿Cuanto yace en la gélida losa? 
 ¿Por qué lleva la mudes en su boca   
y su  perfume, lúgubre vaho es?
Mira lo incandescente de mi piel  
mira lo tórrido de mis suspiros  
extinguiéndose a gritos están   
congelados mueren en mi voz
¡Calla! si has de herir mis ojos 
 vuela a la desolada oscuridad 
 prodigando  amor en las rosas marchitas   
despierta candor en los lirios manchados  
abrasa los jazmines con tus besos 
besa el cristal  
del sepulcro fatal 
 quita  esa cruz   
que aprisiona la luz 
de su presencia yerta en campo santo
¿No sangras tú mi dolor?
¿Por qué los alaridos sin voz?   
¿Dónde tu pesar en la alegría?
¿Y las lagrimas ahorcada en tus ojos?
¿Por qué si la amaste tanto?  
la amas vehemente

Haces llorar mi alma florida pasión 
 si por mi, moriría en sus besos fríos
aullaría lagrimas a morir en su tumba 
¡maldita promesa me ata a la vida! 
 Un consuelo en su lecho de muerte; 
es tribulación punzante en mis días

Afligido estoy contigo hermano
 lloro mares amargos en tu alma
no me pidas volar en la oscuridad
la soledad nostálgica me ahogaría 
ven conmigo amante desdichado 
rondemos a la amada muerta 
silbemos hilos nostálgicos a sus flores  
cantemos con el cuervo tono fúnebre.

martes, 9 de octubre de 2012

Relato: VELORIO

VELORIO
En un sórdido callejón de la ciudad se alza un esmog callado, todavía reina la  noche en las afueras. La calma del lugar  es alterada por la convulsa preocupación en el rostro tímido de un joven; que restriega sus ojos con insistencia, para lanzar después largas miradas de soslayo, como si quisiera evitar algo o a alguien. Anda pausadamente. Arrastra sus pies unos metros más y se detiene, vuelve a restregar sus ojos y una sonrisa forzada apacigua su preocupación. Intempestivamente piensa en alguna  situación que detiene su puño a punto de tronar en una puerta de metal, inclinándose pega los oídos en la puerta, y un lejano silbido capta mientras el frio del metal hace que se retire vivas.   Se anima a golpear suavemente y el sonido de la puerta le devuelve la  timidez.  Intenta una vez más y su puño tosco da un golpe tal que la puerta se siente a derrumbar.
 Al interior un individuo con afán ajusta el cinturón de su pantalón. Entra presuroso en la cocina, dándose tiempo de saborear el chocolate que va a disfrutar. Cierra las llaves de la cocina  y el sonido persistente deja de ser percibido por el tímido, que se siente más retraído aun, cuando los goznes de la puerta empiezan a ceder. Segundos después ambos se miraban con extrañeza, sin articular palabra alguna. El uno busca en la mirada, una mueca en sus facciones, una palabra que le recuerde de quién era aquella sombra “a quién buscas”  le interroga con extrañeza, como si esa pregunta fuera absurda “soy yo… no te acuerdas” le dice en tono de humildad sobreactuada, aquella voz monótona y delgada a pesar de la edad del muchacho no había cambiado,  interrumpiéndole él “claro como no me voy a recordar… ¡VELORIO!” ambos demuestran felicidad a sus anchas, pero Velorio aún conserva en el brillo de sus ojos, una preocupación ensimismada que opaca su felicidad. “¡Vaya! que te trae por aquí… ha pasado dos años desde entonces… ¿vienes a estudiar?” “si… es por eso que vengo…también estoy escapando” las últimas palabras suenan como un leve susurro y su interlocutor apenas entiende, sin embargo no evita preguntarse en sí “¿de quién está huyendo?”  “hombre me gustaría conversar más tiempo…. Pero tengo un trabajo que atender”.
Se moviliza a la cocina y en seguida las tasas de chocolate tiemblan en sus manos “hombre… mientras te tomas el chocolate… dime qué piensas hacer”  le extiende  la taza, dejando traslucir su prisa “gracias… alquilar un cuarto” pronuncia Velorio, con cierto desgano en sus palabras “¡Alquilar!  Te puedes quedar aquí si quieres… mi hermano estará fuera por buen tiempo… hasta entonces te puedes quedar” la alegría rebalsa en su alma, quisiera abrazar a su amigo, pero la timidez y el miedo lo contiene de tal arrebato “gracias… hoy buscaré trabajo, te voy a pagar… no tendrás problemas conmigo” “qué dices hombre ¡trabajo! Mira… a unos kilómetros de la ciudad hay una fiesta patronal y como en toda fiesta de ese tipo… ya sabes lo que hay” estas palabras hacen por un momento que ese fuego en ebullición, de sentimientos de cuidado y  precaución se paralicen en una fría y desinteresada vacuidad, que no le importa pensar antes de dar un paso.
 Se dirigen a la avenida principal.  Toman  el transporte urbano, y el hombre cavila “qué puede ser…de qué puede huir” sin atreverse a preguntar,  además, ese sentimiento fraternal de años atrás se apodera una vez más de él,  teme una respuesta atroz, una tragedia que podría apañar cualquier sentimiento de cariño hacia Velorio. Le dirige una mirada tierna al joven y detiene sus ojos en sus facciones, en sus ojos grises nostálgicos que le llaman a evocar aquellos días.
Una fría mañana el hombre en cuestión bajaba de un bus junto a dos amigos,  después de un largo viaje. Una que otra casa por encima de la lodosa carretera. El humo de las casas subía en torbellinos hacia ese cielo andino. Curiosos niños en máscaras mugrientas los miraban. El hombre los saludó y ellos encabritados huyeron a esconderse. No muy lejos un labrador se acercaba pico en hombro, lampa en mano, chacchando su coca, luciendo sus dientes toscos ente la boca verde negra. Repasaron antes de cruzarse al hombre  las pocas palabras quechuas que sabían, para comunicar el motivo de su visita.  Sospechaban por alguna razón lógica, que para tal empresa era inminente la presencia del más anciano del lugar.  Tras una introducción corta  el campesino dijo “ya no hay todos se han finado… ya no están… el Santiago nomas ya queda…ese viejo  sabe todo…  cuentos harto sabe,  nosotros ya no… poco sabemos”  el viejo Santiago  conocía las más variadas fábulas, mitos, adivinanzas,… pero no tenía un receptor ávido…de escuchar sus cuentos… él decía de sus hijos “con los mistis viven” cansado cada día,  con la muerte aplastando su huesos. Solo velorio al que protegía, le procuraba cuidados.
 En busca de Santiago. Subieron los contornos arriscados de los cerros tutelares, planicies semejantes a mares verdes sin fin… el sabor de la tierra fresca y húmeda se adentraba en sus narices congeladas por el frio andino. Quién sabe si era el frío o algún otro sentimiento de terruño se apoderaba de ellos…tras cruzar los campos a flor de papa, avizoraron una choza humilde, esto desprendió una sonrisa inquietante en los viajeros. Los perros no tardaron en husmear amenazantes los pasos invasores,  que sin la presencia del muchacho ahora a su costado, aquel día con el pantalón desgarrado y el chullo descolorido, probablemente ellos….
No hicieron falta las preguntas ¿quiénes eran? ¿Qué querían? “¡visitas abuelo!... visitas” avispado  gritó el muchacho.  Este con cierto esmero había aprendido español en la escuelita a kilómetros de ahí… “¿vienen de la ciudad?” Preguntó “quiero estudiar allá” termino diciendo esperanzado.  Algo en ese muchacho despertaba un sentimiento fraternal en el hombre, que se propuso ayudarlo desde un inicio, por eso al regresar a  la ciudad le entregó la dirección de su casa y un croquis para que él lo buscara. El viejo Santiago apenas articulaba palabras sueltas y con mucho esfuerzo, llevaba días en la cama chacchando su coca con vicio incalculable, era el  segundo día por la mañana y la recopilación de tradición oral empezaba a dar fruto con los primeros 20 párrafos de un segundo mito. No hizo falta las grabaciones, poco o nada captaban de las palabras de Santiago, pero Velorio hizo de traductor en entonces.
 Corría el segundo día, y el viejo testarudo adivinando su muerte quería contarlo  todo. Los estudiantes cada vez menos se entendían con la  comida, con el frío, con la cama sobre el piso.  Al tercer día por la tarde partirían a la ciudad con un buen número de relatos coloridos. Su trabajo académico avizoraba creses  en sus notas de última parcial. Esta idea les animaba a vivir esta vida tan cruel y bella a la vez.  Ese día el sol se filtró tembloroso sobre el camastro del abuelo, respiró profundo  y dijo que les revelaría el último de sus cuentos, advirtiendo  que de eso nada tenía. Un suspiro hondo y habló algunas frases. Exhaló y su muerte fue inevitable. Pese al dolor y la desgracia, les era necesario volver a la ciudad, de otra manera habrían permanecido otros tres días a falta de transporte. El hombre que ahora cavilaba en el carro, le dolió no haber podido acompañar a velorio en tal situación fatal aquel día. Esos grandes amigos se despidieron, Velorio prometió que de visitarle le contaría aquel cuento nefasto en la idea del abuelo.
El hombre vuelve a animarse y dirige su voz cantarina a Velorio  “prometiste que me contarías aquel relato… lo recuerdas” las facciones del muchacho se ven desencajadas por un temor, y la manía de precaución se apodera de él. Restriega sus ojos y echa un vistazo a su redor “hombre que te pasa  ¿estás bien?” le dice intentando calmarlo “es por eso que estoy escapando” murmura  tremulante “hombre no te entiendo… explícame” “falta mucho” y sin esperar respuesta continua. “Es corta pero siempre se cumple… yo sé que se cumple” sus palabras en vilo cuelgan de sus labios. “El abuelo Santiago y los ancestros lo sabían… los hijos ya no lo creen y los nietos de buena gana se ríen”  Velorio aspiró una bocanada de aire para seguir “dice que cuando el hombre muere no deja la tierra ese momentito, se quedan rondando su cuerpo,  caminan recogiendo sus  pasos, ven por última vez sus chacritas, su casita, también saborean por última vez su comida y sus coquita” a medida que habla su rostro palidece convulso por el sufrimiento “…y cuando su cuerpo está en el cajón, mira a quienes vienen a su velorio y en ese momentito, los Apus dejan que vuelva a su cuerpo, y cuando todos están dormidos, a media noche el muerto se levanta y camina entre los vivos, se acerca a cada uno de los presentes y a  toditos les dice cómo van a morir, antes de volver al cajón  y dejar este mundo… pero como todos están dormidos, no recuerdan nada, y si alguien lo hace tiene que callar o en el ratito de contar se mueren” con el rostro compungido vuelve a tomar otra bocanada de aire y se queda taciturno  “pero hombre ¡vaya leyenda!... eso que tiene que ver con que estés escapando” “Es que cuando estaban velando a mi abuelo  me quede todita la noche, y cuando era media noche, el cajón de mi abuelo ruidos feos hacia, y en la pared estaba mi abuelo como un demonio”   “y qué te dijo”  interrumpe el hombre bruscamente “no puedo decirte me muero en el ratito” En el hombre la incredulidad crepita en sus ojos.  La angustia sudorosa y asaltante en el rostro del muchacho la hacen parecer verdad, descabellada, pero una verdad al fin y acabo “siempre has estado con miedo desde entonces… ¡vamos hombre! no puede ser verdad” habla con firmeza, disfrazando el miedo súbito que se apodera de él “por eso me cuido… miro bien… no puedo vivir tranquilo… yo me cuido de ellos, y  como están en mi pueblo… me he venido para acá… ¡no quiero morir!” sus palabras afligidas y dolorosas han hecho que todos le estén mirando. Unos con piedad, otros con indiferencia “¡bajamos!” grita el hombre, se acomoda la corbata,  sacude por manía el maletín, y se dirigen hacia la multitud llena de algarabía. Los músicos entonan huaynos populares y música chicha. El hombre extrae de su maleta una cámara, con el que empieza a filmar. Mientras velorio restriega sus ojos, inquietamente mira a todo lado, desplegando precauciones, solo ha hablado con uno y otro que le han ofrecido una copa de trago.
 Es medio día  y los platos de almuerzo empiezan a desfilar,   los amigos se acomodan en un banco muy cerca de la cocina, no lejos del angosto corredizo que conduce a los baños. El hombre tiene su comida y ahora es turno de Velorio, con desconfianza sostiene el plato  sobre una mano y con la otra restriega los ojos, aguza los ojos en el fondo del plato y un ojo gigante contempla lo contempla, entonces petrificadas enrojecen sus mejillas, una llama súbita arde en sus ojos, tiembla desesperadamente  “qué pasa hombre… tranquilo” con diligencia articula “¡es un toro!”  “sí hombre…claro…. es caldo de res”  Velorio con la aprehensión creciendo en su corazón, deja escapar el plato y el ojo rueda a unos milímetros de su pie. Con la aprehensión creciendo en su corazón encuentra las posibilidades de evasión tan remotas y está seguro de su fin. En ese momento acaban de llegar más bailarines que se enredan en la puerta,  velorio frota sus ojos, corre hacia la multitud y no consigue abrirse paso,  sus ojos ostentan el brillo negro de la muerte.  Con habilidad  salta sobre el caldo derramado, se abalanza al corredizo angosto, pero resbalan sus pies. “Es tarde… llegó mi hora…“ Grita su pensamiento, cae como  si tuviera el peso de un elefante, siente un líquido caliente y vaporoso en su vientre, intenta levantar su cuerpo sin mayor éxito que la cabeza, y aterrado contempla la cabeza debajo de su pecho. Unos cuernos filudos han atravesado su cuerpo. La multitud se aglomera en su redor, Velorio está agonizando, atrapado en los cuernos de un toro. “Velorio ¡hay dios mío!...”  sus últimos respiros sofocados despiden  olor a muerte. El hombre a manera de un padre gime desconsolado, sin  hallar acción que mueva su cuerpo arrodillado “tranquilo esta iba a ser mi muerte… en las astas de un toro” dice antes de dejar caer su cabeza en  el piso.
 El fallecido como supondrá el lector no contaba con alguien que reclamara por él. Su velorio se hizo con pocas visitas, sin mayor dolor que la compasión.  Se aproximaba el minuto a las 12 y el último amigo del hombre se disponía a marcharse, al abrir la puerta, pareciera que ese olor a tierra húmeda, ese frío andino; hubiera estado esperando tras la puerta para ver a Velorio. El hombre despide al amigo y se acerca a  un pordiosero que se halla roncando abrazando una botella de cerveza, y al ser despertado empieza a hablar mil pachotadas, mientras él recuerda la leyenda “¿sería verdad?” toma un sorbo de la botella del borrachín  y se recuesta en el sofá. El miedo tintinea en los ojos del hombre, pero está dispuesto a…  de un rato a otro abre los ojos y aviva los oídos hasta que el reloj da las 12:00 Una caperuza  oscura cubre la habitación, ruidos parecidos a cuando se astilla la madera, empiezan a cundir en el cajón. El hombre a esta hora  delira entre el sueño y la vigilia,  la caperuza negra se extingue en un rayo claro que penetra a través de las ventanas, entonces una sombra gigantesca se alza en la pared,  Velorio acerca sus pasos dispuesto a proferir una infausta premonición  “NO PUEDE SER VERDAD”  dice mientras su corazón se niega a vivir.
Camaleòn

lunes, 8 de octubre de 2012

SIN SENTIDO



SIN SENTIDO los latidos
las cadenas sonoras
que envuelven taciturnos
las mareas que la sangre
ha de llenar los corazones
desausiados a la vida
 mezquina intranquila...